domingo, 20 de mayo de 2012

jueves, 3 de mayo de 2012

La libreta amarilla de Gersh-Win, - pg. 97

Fin de Fiesta, Carrie y Battle Royale
 Es extraño cómo se van concatenando los hechos, es extraño cómo poco a poco todo va adoptando una linealidad que jamás antes había podido percibir y es al final del todo, en los últimos días, entre melancólicos y amargos, cuando te das cuenta de todo lo que ha pasado en seis años, de refilón, sin demasiado ruido, como un huracán instantáneo y pasajero. Y es extraño, sí, de repente un día se te ocurre parar la clase, refugiarte por un minuto en tu mente como ya has hecho mil veces, y ponerte a pensar en el tiempo que ha pasado como si no hubiera pasado desde que empezó el curso, y todo comienza a ser más extraño cuando ves que los recuerdos son como fantasmas, como de otro tiempo y de otro lugar, de otra persona muy lejos de tí, y sólo queda el tuenti para confirmar que estuviste allí, aquel día y a aquella hora con aquellas personas que tanto han cambiado, que han crecido, que tienen el pelo más largo o más corto, que han adelgazado, que incluso han madurado y ya no son los de antes. ¿Cuánto hace de la escaramuza madrileña y por qué ya la contamos como se la contaremos a nuestros nietos? No ha pasado mucho más de un mes. La vejez llega.
 Además de esta extraña percepción temporal sesgada y melancólica, el último curso de la adolescencia tizna el mundo de un furioso y violento marrón mierdagato que todo lo ocupa y todo lo llena. Los ojos, las caras, las manos, incluso las voces, a ellas también, y a las expresiones y las formas de hablar. Como si fuera Flandes, como si fuera el Desembarco de Normandía, una agónica menstruación permanente o un parto prematuro de un conjunto de padres que odian a su criatura: Nietzsche, Lorca, Boticcelli; Kafka, Shakespeare, Márquez; Dalí, cariño, tú también. Porque cada vez está más cerca el maldito Día de la Ira, la disolución total de la cordura, un Battle Royale a la española por una mísera plaza, por un título y una carrera, por una vida acomodada y feliz. Siento ponerme anarca. Pero es que me dan tantísimas ganas de demostrarles mi supuesta madurez, que soy mejor que la persona que tengo a mi lado contándoles la Verdadera Historia del Mundo, nuestra historia trágica y entretenida. Hojas y hojas, toneladas de folios que nos hagan mejores que los demás, olvidando la idiota medición de conocimientos que al fin y al cabo es como sacarse la chorra y comparar. Podríamos hablarles de cuando empezó todo, el Big Bang: nuestro primer llanto; relatar todo lo vivido desde principio hasta el momento de comenzar a mover la mano para escribir el inicio del mundo, como en aquella novela, en las puertas del Infierno. Toda una vida de cosas para contarles, enamoramientos improcedentes, defunciones improcedentes, besos y noches y días y mañanas. Viajes, también. Podría contarles cómo consiguieron sacar la barca del embarcadero en el Parque del Retiro, podría contarles la fiesta nocturna en el hostal y mil cosas más si decido hablarles de Madrid; Podría contarles cosas de estos seis años, el primer concierto, la primera fiesta y el primer vómito metafísico, las obras de teatro y las películas de Tim Burton que nos acompañaron durante toda nuestra fantástica y maravillosa preadolescencia; Podría... relatarles el momento en el que conocí a Arrabal, el primer instante en que escuché a Klaus & Kinski o cuando, por causa de la casualidad vi las películas del hombre que terminaría por volverme loco. Podría contarles tantas cosas que me limitaré a decirles las formas jurídicas de la empresa o la estructura oracional de alguna frase absurda.
 Me crea confusión dejarlo todo, cambiar por fin, me crea confusión y cierta tristeza, a decir verdad. Ahora mismo no sé exactamente qué va a pasar a partir de ahora, y un vacío vertiginoso se abre en la incertidumbre de la duda -que ofende- sobre estudios, carreras y ciudades. Lo único que espero, el único sueño que tengo es que dos repitan vestido en la graduación, y que todo termine plan Carrie. Ése sí que sería un buen fin de fiesta, y ahí terminaría todo y no tendríamos por qué hacernos preguntas comprometedoras sobre nuestra vida y nuestro futuro.
¡En América sí que hacen graduaciones como Dios manda!