sábado, 12 de noviembre de 2011

¡Viva la Caverna!

   
     Tengo ese sentimiento extraño del que no te puedes desprender nunca. Ese monstruo que se esconde arrebujado entre tus ganglios linfáticos y tus cuerdas bocales, que sube y baja con la nuez y la hace aullar y gemir en silencio. Pero no puedo apagar ese fuego, esa excitación que me consume: o me como el mundo o el mundo me comerá a mí.
Necesito hacerlo, necesito salir, ir a la guerra, enfrentarme a todos mis miedos juntos en Vietnam ¿y por qué no? ¡Vencerlos! Necesito saber que yo puedo vivir en el escalafón superior de la deliciosa mediocridad. Bajar un poco más, adentrarme en la caverna. Oír el eco de una música frenética que choca con las paredes y vuelve multiplicada y a la vez dividida en mil. Necesito atarme de piernas y cuello, que es la nueva moda, y ver todo el día pasar sombras de cosas que jamás conoceré. Porque arriba la Idea de Bien no da conversación, y la belleza en sí cuando estás solo deja bastante que desear, porque aquí todo se piensa mucho aunque lo que  se lleve sea la razón intuitiva. Necesito tomar decisiones rápido, necesito hablar, parlotear sobre temas que no tengan ninguna trascendencia para el mundo inteligible, bailar toda la noche aunque sea solo con los brazos y lanzar miradas de lascivia en la oscuridad al prisionero que tenga delante sea quien sea. Pudiendo de esta manera expulsar esa llamarada de acción que me obliga, en principio, a gritar de vez en cuando.
Finalmente, todo eso es conlleva al estado de más inactividad al que puede llegar el hombre de a pie: la horrible frustración.
A veces veo a algunas personas y no puedo evitar preguntarme cómo sería una conversación con ellos, qué le preocupa, qué le divierte, qué le ha traído hoy aquí. A veces al ver masas ingentes de jóvenes me veo cada vez más apartado de todo y eso me lleva a la frustración y a querer ser tan libre como ellos y plantearme a la vez que quizás ellos también lo pasan mal con sus cosas y a pensar que sin pensar todo sería mucho mejor y que el volver a la caverna para quedarme podría ser una buena opción y que me jode estar tan condicionado por cómo y qué soy, y eso me devuelve a la frustración otra vez y bfff! No sé para qué coño voy al Salón del Manga, ¡Joder!