domingo, 9 de enero de 2011

Madrugadas en Praga

Querida Carolina,

Te escribo porque tengo algo que contarte. Sí, ya sé que estás en la habitación de al lado y que podría ir y contártelo, pero no sería lo mismo. Necesito escribir lo que me ha pasado. Sabes perfectamente que anoche no fui con vosotros, y sabes también que hay una razón por la que no lo hice. Espero que no os sentara demasiado mal. Empezaré desde el principio, porque hay cosas que aún no sabes.
Todo empezó en la habitación. Imagínate, Tener que dormir con un desconocido… pero así es como salieron las cosas. Yo no me llevo demasiado bien con los tíos comunes de:  tias – coches - futbol, me siento incómodo con ellos, es extraño pero es así. Por eso no tengo casi ningún amigo masculino y por eso antes de salir al viaje no tenía ya un compañero de habitación concertado. Me estoy perdiendo… ah si! Pedro, se llama Pedro. Lo sabes, ya te había hablado de él. Lo conocía de vista, ¡y qué vista! Tu sabes bien de lo que te hablo. Al principio todo era muy extraño y violento. Deshacíamos nuestras maletas en silencio hasta que vi algo que colgaba en una percha. Una camiseta de Jules y Vincent. Y eso fue suficiente para empezar a conocernos.

 Nosotros no solemos ir con su grupo, lleno de gilipollas pubescentes, por eso casi nunca hablamos en público. Pero eso sí, nos tiramos todas las noches charlando en la habitación. Cuesta creer que haya conocido a alguien que pueda entenderme, que pueda enseñarme algo y al que yo pueda enseñarle, y lo más sorprendente es que sea un tío. Hasta hace dos semanas creía que todos (menos contadas excepciones) eran gilipollas.

Hasta aquí bien, es algo que dentro de lo que cabe no tiene por qué ser extraño. Una simple amistad. Lo importante de esta historia pasó anoche, cuando no fui con vosotros. Mientras que Matilde, la profesora que dirigía el viaje de estudios, nos daba indicaciones de cómo vivir la noche praguense Pedro se me acercó por detrás y me dijo de irnos juntos, más tarde, por ahí, para hablar y esas cosas. Tiene una voz preciosa, grave pero suave. Su voz se parece al café con leche. Por supuesto acepté su invitación.

Nos quedamos solos, él y yo. ¿Te lo puedes creer? Solos. La calle estaba semi nevada, y casi ni hablábamos, no por nada, sino porque no lo necesitábamos. Pero entonces introdujo poco a poco e imperceptiblemente el tema. El famoso tema. Ése que en este tipo de situaciones me pone nervioso. <<Pero vamos a ver ¿a ti te gusta alguien?>> ¿Qué le respondo? ¿Que sí, que es él? O… le digo que nadie, y que se  desilusione… Odio el maldito tema. Intenté irme por las ramas hasta que llegamos a la catedral. Con un vistoso golpe de efecto cambié el sentido de la conversación y empecé a preguntarle yo, pero no contestaba. Simplemente echaba fotos al monumento. Si hay algo que nunca entenderé es lo de echar fotos a las cosas, y no a las personas. Saqué mi leica y le fotografié mientras volvía. Me preguntó por la cámara, por qué utilizaba una máquina de carrete, la cogió y la inspeccionó. Y entonces, pasó. Caí, cayó. Yo vi como se me acercaba y me besaba.

Carolina, sí. Pedro me besó primero. Yo le besé después. Todo muy tímido, a lo Jean Pierre Jeunet.

No volvimos a hablarnos. Todo era tenso, demasiado tenso, demasiado extraño. ¿Era esto una broma? Pedro, ¿ el alto, guapo y moreno? ¿Ese pedro? <<Esto es una broma, pero vamos, seguro>> pensé. Mis sentidos estaban embotados, Carol ¿cuándo me pasa a mi eso? ¡Jamás! Hubo un momento tenso en el ascensor, él me miró, yo sonreí. Había demasiada gente como para hablar del tema. Él salió primero, yo salí después, abrió la puerta de la habitación y la dejó entornada. Aquel pasillo significaba por mí los treinta y nueve pasos de un preso a muerte en la prisión número tres de Wyoming. ¿qué estaría pensando él en ese momento? ¿Se estaría riendo  alocadamente por verme caer en su juego? ¿Estaría tan nervioso como yo? Es más ¿Estaría pensando en mí? Fueron catorce pasos los que separaban el ascensor de la habitación.
 Finalmente llegué. Carol, debería eliminar algunos aspectos sórdidos de esta parte y resumir en que, aunque fuese mi mano la que abrió la puerta, fue la espalda la que la cerró. Pedro me estaba esperando. Me besó, me volvió a besar pero esta vez con fuerza, con… pasión. En algún lado de aquella habitación se escondía un director de telenovelas latinoamericanas, o eso es lo que creí en aquel momento.

Carol, todo esto suena mal, suena a mentira. Yo también lo pensaba. Pero más tarde, cuando apagamos la luz y nos vimos durmiendo abrazados en una minúscula cama de hotel me di cuenta de que no.

Carol, está detrás mío durmiendo aún, y cada vez que lo miro se me enciende algo en el pecho. Voy a pasarte esto por debajo de la puerta y voy a volver a abrazarlo como antes. Carolina, supongo que las otras también estarán leyendo esto, no se lo reprocho, yo también lo haría.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho tu blog. Lo seguiré. Sigue así:)

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  2. Me encanta como escribres!! ^^ La pasión con la que perfilas cada una de tus frases es simplemente... GENIAL (: Me alegro mucho de haber encontrado tu blog!Por cierto... suerte con Pedro!^^

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  3. Eso de que todos los tíos son gilipollas... Pues que quieres que te diga, todos los que conozco son heteros (o eso creo) y me llevo muy bien con ellos. Vale que tienen salidas cuando menos peculiares, pero de ahí a ser tontos de comer piedras...
    Hay que reconocer que escribes muy bien, las descripciones son bestiales. Sigue así!
    ¿Hay continuación de la historia?

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